(...) jamás he sentido interés por ningún tema que no sean los que he tratado durante toda mi carrera: Dios, sexo y muerte. ¿Hay algo más grande y más interesante que eso? Lo dudo. La ventaja que tiene ser tan pomposo y arrogante al pensar que puedes enfrentarte a estos asuntos es que son tan enormes que jamás los acabas. Siempre hay motivos para retornar a ellos. Soy como ese perro atado a... No, espera... Eso era de Beckett, pero no era así. Soy el perro que vuelve a su vómito. Mierda, esta es de Oscar Wilde. ¿Fumas? (...) Ya está: el hábito es el lastre que encadena el perro a su propio vómito. Esa es la de Beckett. Sigamos.

Nick Cave*

Historia de tres decepciones y un enema (y II)

Hace unos días contábamos la vida y milagros de William Miller. Contra todo pronóstico, los problemillas con el tema profético de Will no hicieron mermar la popularidad de su dogma, la Iglesia Adventista del Séptimo Día. En 1876 la iglesia contaba con unos 16.000 fieles, a pesar de que no se trataba de una fe con costumbres relajadas. La doctrina había ganado seguidores desde que una de sus feligresas, Ellen White, comenzase a tener visiones después de recibir una pedrada en la cabeza.

Ese mismo año, uno de esos fieles se va a hacer cargo de un hospital de la comunidad, el Battle Creek Sanitarium; un michigander con una visión peculiar de la medicina y de la vida misma, el Dr. John Harvey Kellogg (sí, el de los cereales). John nace en 1852, se licencia en Medicina con 23 años y se casa con 27. Él y su mujer, Ella Eaton, decidieron que el sexo estaba mal, así que nunca en sus más de cuarenta años de matrimonio llegaron a mantener relaciones. Uno de los motivos de que su matrimonio fuese tan longevo podría ser que no debían verse mucho: no solo no dormían juntos, sino que ni siquiera habitaban el mismo techo.

En su práctica médica, se destacó por considerar que "la mayoría" de las enfermedades provienen de un intestino de higiene deficiente. John, como doctor que era, inventó un dispositivo capaz de tratar este sucio problema: un doble enema, tanto bucal como anal, que introducía en los intestinos del usuario 57 litros de agua en pocos segundos. Una vez convenientemente expulsados, John procedía a introducir un segundo enema con medio litro de yogur blanco. Otro de sus métodos de curación eran los baños en agua fresquita con radio (un millón de veces más radiactivo que el uranio).

Desgraciadamente, la terapia no era eficiente si el enfermo caía en la masturbación. Y es que John estaba seguro de que el sexo no podía ser bueno. Para su perspectiva médica, el origen de otras muchas enfermedades era precisamente ese, pero no se resignaba: "El remedio contra la masturbación que resulta casi infalible en niños pequeños es la circuncisión (...) sin administrar anestesia alguna". Ante un chaval reincidente, la solución más práctica es que su padre "deje el glande al descubierto retirando el prepucio, pase un hilo de plata a través de la piel a cada lado y trence los extremos enrolándolos". En el caso de las mujeres, "la aplicación de ácido carbónico [fenol] en el clítoris supone un método excelente". Si la paciente no mejoraba, extirpar el clítorix también venía muy bien.*

No obstante, no es por su excepcional habilidad médica por lo que lo recordamos, sino por su ingenio en lo culinario. A John le parecía que los campesinos europeos comían mejor que los americanos, ergo se la pelaban menos, de modo que, a finales del siglo, decidió diseñar el desayuno perfecto para evitar la masturbación: el corn flake. Una masa de cereales integrales cocida, secada y desprovista de todo sabor tenía que funcionar. Su idea le parece tan brillante que funda una compañía junto a su hermano Will, la Sanitas Food Company. Entonces a Will se le ocurre que la gacha seca estaría más rica con un buen puñado de azúcar; John se indigna al grito de "herejía, plaga, tentación" y retira la palabra a su hermano durante los poco más de cuarenta años que le quedan de vida. Y es verdad, el diablo está en el dulce.



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*Todo esto viene en un par de las obras cumbre del pensamiento médico de John, Plain Facts for Old and Young (1877), Ladies' Guide in Health and Disease (1893) y Treatment for Self-Abuse and Its Effects (1888).

1 comentario:

  1. No soy quien para juzgar, pero para empezar el ácido carbónico sólo existe de forma natural disuelto en el agua y es un ácido debil que se disuelve instantáneamente, por lo que no es un fenol. Los fenoles son gases de carburo e hidrógeno que forma parte de los ésteres del alcohol. Presentes en plantas de forma natural y destilado a partir de derivados petrolíferos. Usado en medicina como antiséptico fungicida.
    Se le conoce como ácido carbolico. Y en estado normal es un cristal sólido.

    Por tanto una de dos, o le echaba agua de sifon o más comúnmente llamada gaseosa, en el clitoris o le echaba el compuesto principal de la aspirina. (Ácido acetil salicílico (fenol)).

    Aclarado esto, aclareme usted a mi. El resto.

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