(...) jamás he sentido interés por ningún tema que no sean los que he tratado durante toda mi carrera: Dios, sexo y muerte. ¿Hay algo más grande y más interesante que eso? Lo dudo. La ventaja que tiene ser tan pomposo y arrogante al pensar que puedes enfrentarte a estos asuntos es que son tan enormes que jamás los acabas. Siempre hay motivos para retornar a ellos. Soy como ese perro atado a... No, espera... Eso era de Beckett, pero no era así. Soy el perro que vuelve a su vómito. Mierda, esta es de Oscar Wilde. ¿Fumas? (...) Ya está: el hábito es el lastre que encadena el perro a su propio vómito. Esa es la de Beckett. Sigamos.

Nick Cave*

Hamlet, la lógica empírica, masones y un cadáver de pollo.

La nave del misterio no cierra por vacaciones. Los casos de desdoblamientos azotan la razón humana sin piedad. Presentamos en esta ocasión el terrorífico caso Shakespeare-Bacon.

Francis Bacon nace el 22 de enero de 1561 en el Reino Unido. Canciller de Inglaterra, filósofo y, por encima de todo, miembro de la misteriosa orden de la Rosacruz. Crece en el seno de una ilustre (e ilustrada) familia que le proporciona una gran formación intelectual. Ello dará sus frutos llevándole a lo más alto de la diplomacia nacional en tiempos de Jacobo I y a revolucionar la lógica empírica.

En 1626, Francis Bacon se ve inmerso en estudios sobre la deceleración del proceso de descomposición de los cadáveres debida al frío. Por exigencias de estos estudios, en una aciaga tarde de invierno, el insigne miembro de los Rosacruces se dispone a enterrar un cadáver de pollo en la nieve para realizar los correspondientes estudios. El infausto Francis contrae una neumonía debido al frío de la cual no podrá ya recuperarse dado su débil estado de salud.

Tres años más tarde del nacimiento de Francis Bacon, William Shakespeare ve la luz en Stratford (quédense con el nombre), Reino Unido. Dramaturgo, poeta y actor inglés. Autor (o eso pensábamos) de legendarias tragedias como Hamlet, Macbeth o el Rey Lear.

Según las malas lenguas, Shakespeare no habría tenido una formación tan completa como para ser el autor de tan magnas obras, lo que inexorablemente ha llevado a lo largo de la historia al desarrollo de múltiples teorías conspirativas acerca de la falsa autoría de las obras de Shakespeare.

Entre los hipotéticos autores de las obras de Shakespeare, Francis Bacon es el predilecto de los llamados anti-Stratfordianos, entre los cuales se encontraba ni más ni menos que Voltaire, el cual llegó a decir de Shakespeare: "Los ingleses lo compararan con Sófocles. Era fecundo y sublime, es cierto, pero sin el menor gusto y sin el menor conocimiento de las reglas."

Llegados a este punto, la historia toma tintes dignos de los misterios acerca del Santo Grial o el origen del dialecto hablado por el gran Chiquito de la Calzada. Shakespeare sería el seudónimo utilizado por Francis Bacon en clave masónica. La explicación es sencilla, Athenea era la diosa más venerada en la Escuela de Misterios de Bacon, y su iconografía le representa lanza en mano apuntando a una serpiente, lo que derivó en el sobrenombre de Spearshaker (sacudidora de lanzas).

Por si todos estos datos no resultan esclarecedores, la numerología nos aporta la prueba definitiva. Si sumamos el número de letras que forman el nombre de William Shakespeare y Sir Francis Bacon (no olviden el Sir, si no las cuentas no salen), el resultado es tan sorprendente como revelador: el misterioso y masónico número 33.

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