Ricardo I tiene nombre; la tradición literaria lo pinta como el gran hombre piadoso que luchaba en tierras lejanas, que se arriesgaba, y al que los campesinos de Nottingham esperaban como el salvador lejano que los liberaría de la tiranía de Juan sin tierra (contra la que Robin Hood, leal a Ricardo, hacía lo que podía). A su alrededor se creó una leyenda, recibió el apodo de the Lionheart, el Corazón de León, por su nobleza de espíritu y por su astucia como líder militar; pero el caso es que ni era tan noble ni tan astuto.
Para empezar, ni le gustaban las mujeres ni le gustaban los judíos. Su contemporáneo Roger de Hoveden lo pinta en sus crónicas como un violador, y en la ceremonia de su coronación prohibió la entrada a mujeres y judíos. Algunos líderes políticos judíos no pillaron la indirecta y se presentaron con regalos; Ricardo ordenó desnudarlos, flagelarlos y echarlos (lo cuenta el archidiácono de Middlesex, Ralph de Diceto).
De acuerdo, se puede contraargumentar que Richard no era mal tipo sino víctima de los prejuicios de su tiempo. Ahora, lo de la astucia no tiene vuelta de hoja. En 1192, después de pasearse por la mitad del Mediterráneo intentando conquistar de todo un poco, un mal viento lo lleva a la costa centroeuropea, lo que suponía un problema porque era territorio enemigo y las fuerzas militares que acompañaban a Ricardo sumaban un total de cinco ingleses (él incluído). Ricardo hizo gala de su presunta astucia: como no podemos presentar combate, nos disfrazamos de pobres. En navidad de ese mismo año, los cinco pobres son abordados por las tropas de Leopoldo V de Austria: la prueba de fuego para su plan.
A día de hoy, quien más, quien menos, todo el mundo trata a su carnicero por el nombre de pila, pero en la Alta Edad Media si tus apellidos no incluían un par de ciudades de provincias no veías la carne ni en pintura, y comías al día medio kilo de pan y un mal trozo de cebolla (-->). Pero a Ricardo eso le pillaba tan lejos que se convirtió en el primer pobre altomedieval en exigir ser alimentado con pollo asado. Tampoco ayudó que en su pormenorizado plan de hacerse pasar por pobre olvidase quitarse los anillos de las manos. No voy a entrar a explicar quién usaba anillos lujosos y quién no. Fue encarcelado.
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